Un interesantísimo artículo del economista norteamericano Tyler Cowen en Bloomberg, “Americans own less stuff, and that’s reason to be nervous“, incide en uno de los efectos recientes mas notorios de la tecnología: la disminución de la necesidad de poseer bienes físicos como tales, en beneficio de otro tipo de modelos basados en el acceso y amparados por la ausencia de fricción.
La tendencia resulta evidente: hemos pasado de llenar estanterías en nuestras casas con discos metidos en fundas de plástico con sus carátulas, a simplemente pagar por un servicio que nos permite acceder más cómoda y ventajosamente a toda la música que necesitemos en cada momento. Dejamos de tener libros en casa, para que sea Amazon quien los tenga y nosotros podamos acceder a su lectura a través de cualquier dispositivo, con ventajas tales como buscar una frase o almacenar nuestros subrayados cómodamente. Ya no encontramos interesante poseer cintas de vídeo: en su lugar, una suscripción a Netflix y servicios similares nos proporciona el acceso a todo el contenido en vídeo que podemos necesitar y mucho más. Cada vez más, cuando dejamos de utilizar un objeto, ya no lo guardamos en un cajón o en un trastero: lo fotografiamos y lo listamos en una página, donde otra persona que sí puede necesitarlo o desearlo nos ofrece dinero, en muchos casos, por librarnos de él. Modelos de distintos tipos que permiten cada vez más pensar en esquemas económicos más eficientes, en un concepto de economía circular, menos lineal, con una propuesta de aprovechamiento muy superior de los productos, en un ámbito donde sin duda veremos pronto desarrollos aún más provocativos.
Cuando cumplí mi mayoría de edad, mi obsesión era conseguir el carnet de conducir y hacerme con un coche. Mi hija, y por lo que veo, muchas otras personas en su generación, se examinó del carnet de conducir porque su madre y yo le insistimos en ello, lo ha utilizado únicamente cuando no ha tenido más remedio, no tiene coche y se mueve siempre en servicios de transporte públicos o privados, según el momento. Para ella, poseer un automóvil no tiene el menor interés, y la plaza de garaje de su casa, incluida en el precio del alquiler de su piso, está ahí simplemente para cuando tiene visitas. Para muchas otras personas que siguen modelos menos radicales, disfrutar de un automóvil implica simplemente pagar unas cuotas a una compañía de leasing o renting que es quien posee la titularidad del vehículo, y obtener simplemente un derecho que incluye todo lo necesario para su uso, desde seguros e impuestos, hasta mantenimiento. El concepto se extiende incluso a la propiedad inmobiliaria, y no solo refiriéndonos al clásico alquiler: muchas familias plantean sus vacaciones en el hecho de tener acceso a propiedades en cualquier lugar del mundo gracias a modelos basados en el home exchange.
Tradicionalmente, el acceso a las capas más elevadas de la sociedad en términos de estatus se basaba en la acumulación de propiedad, en poseer más cosas que otros. El rico era el que tenía muchas posesiones, el que almacenaba más objetos, el que tenía más caballos, más tierras o más oro. De ahí, hemos pasado a que los verdaderamente ricos, los billonarios que aparecen en los puestos más altos en la lista de la revista Forbes, sean aquellos que poseen acciones de compañías, que ni siquiera son dinero entendido como tal, sino el símbolo virtual de la propiedad de una compañía que, supuestamente, puede llegar a generar unos beneficios determinados en un plazo establecido (o en determinadas compañías, ni eso).
La tecnología posibilita una progresión en la retirada de la fricción económica, que conlleva que la verdadera riqueza no sea poseer los bienes como tal, sino tener acceso a modelos que permitan disfrutarlos de manera ventajosa. Un declive del concepto de propiedad cada vez más pronunciado y que abarca cada vez más aspectos, incluso algunos relativamente insospechados. Hoy, el listo no es el que se compra un patinete eléctrico porque tiene dinero para ello: ese es, en realidad, un torpe que se auto-impone la obligación de cargar con dos docenas de kilos de aparato sobre el hombro a todas horas para utilizarlo un tiempo minúsculo, mientras, además, se tiene que preocupar de cargar sus baterías y de dónde lo deja en cada momento por si se lo roban. El listo es el que, en su lugar, se asegura que cuando quiera un patinete para ir de un sitio a otro, lo va a tener ahí, a pocos metros, listo para su uso. La propiedad ya no es una ventaja, sino la bola con cadena atada al tobillo con la que carga el condenado a no entender el nuevo modelo.
¿Cabe esperar que el conjunto de la sociedad entienda y compre apasionadamente este concepto de access economy, cuando los modelos económicos basados en la propiedad individual de los bienes han estado vigentes durante siglos? En absoluto. Pero eso no quiere decir que ese modelo basado en la disponibilidad de tecnología que lo hace posible no se haya convertido en una tendencia cada vez más representativa, y que, como tal, represente el cimiento sobre el que se esté construyendo una economía más eficiente.